Saint Welt

Hace ya bastante tiempo que la guerra se desato, es el año 1256, los lideres de cada ejercito se divertían moviendo sus pizas por todo el tablero que era el mundo, cada uno planeando su estrategia para destruir al otro, no les importaba a quien arriesgaban. Todo hombre, mujer y menor era sacrificable. Hasta que su último aliento de su patética vida dejaba sus cuerpos heridos e inertes, todo el que vivía en sus tierras era una pieza usable. En su sucio juego, conforme pasaba el tiempo, la guerra se hacía más violenta, a donde se mirara había muerte devastación y dolor, la gente había perdido ya toda voluntad, habían asumido su posición como parte de un juego cruel y autoritario.

El mundo ya estaba en una total decadencia, países enteros desbastados e inútiles, la tierra ya no serbia, la gente estaba moribunda en el suelo sin que nadie se preocupara si morían o vivían, todos buscaban solo escapar, ya fuera por la muerte o por lo que se creía era un simple leyenda urbana.

Hace ya bastantes meses entre las diferentes tierras había corrido la leyenda sobre una aldea, pero la aldea no aparecía en ningún mapa, decían que venía e iba, para que así no la pudieran encontrar aquellos que solo buscaban perturbar la paz en ese lugar, se decía que solo aparecía ante aquellos que la buscaran sin tener la idea impura de perturbarla, según lo que explico uno de los sabios ancianos, había cuatro entradas, una por el Norte, otra por el Sur, la del Este y la del Oeste, cada una custodiada por un guardián, cada guardián controlaba a suma perfección un elemento, pero había un quinto guardián, que era el encargado de mover la aldea por todo el mundo, nadie entraba al recinto sin haber pasado antes por los ojos del guardián de la puerta y del guardián principal.

Cada día llegaban a la aldea refugiados haciendo que el lugar creciera mas y mas, llegaba gente herida en su cuerpo y en su espíritu, todos eran inmediatamente atendidos.

Sin embargo aquella aldea no era una utopía. Como siempre la gente estaría en desacuerdo por todo, pues nunca se le puede dar el gusto a todo el mundo, había enemistades, pero siempre procuraban mantener sus problemas en cosa de dos, había de toda clase de razas en aquel lugar conviviendo, tal vez no con las mejores caras, pero eran capaces de compartir el mismo espacio. En cuanto a los guardianes, se les puede ver caminando por la aldea totalmente tranquilos, pero aun así, siempre estarán en sus respectivas entradas cuando sea necesario pues son capaces de percibir cuando alguien se acerca a su puerta aun si el peregrino no es consciente de que está a punto de llegar al lugar que muchos han aclamado como la última esperanza.

Las cosas son muy sencillas una vez dentro, las leyes son claras y sencillas de seguir, la pena máxima es el exilio, pues es una muerte más lenta y dolorosa de lo que puede ser el corte de un hacha en el cuello.

Una vez dentro se puede salir, pero solo bajo fines de búsqueda o mercadeo, los guardianes otorgan un medallón a los que salen del recinto para que les sirva de guía para encontrar el camino de vuelta a casa.

Muchos buscan la aldea, otros prefieren esperar a que la encapuchada muerte les llegue a través de una flecha perdida o el fuego cruzados, otros llegan sin darse cuenta mientras huyen del tablero de juego que se ah vuelto el mundo, sin embargo solo unos pocos entraran aquellos que sean capaces de demostrar ante la juiciosa mirada de los guardianes que son dignos de entrar al lugar.